Gaël, las necesidades.

Para cuando me quise dar cuenta ya estaba sentada a horcajadas sobre él. Sus manos brotaban tras mi espalda, como miles de plantas buscando sol, o calor, quizá un poco de agua. En las habitaciones donde follo o hago el amor nunca hay sol, pero agua hay un rato. De hecho se podrían llenar garrafas con todo lo que sudamos, a ver quién es el listo que se las bebe.

Después, y siempre hay un después, toca caminar sola y con paso firme. Da igual por dónde, pero tengo que salir de allí y pensar. Y no sé si es algo común, quizá a ti que me lees te pasa, el caso es que me invade una sensación de derrota muy parecida a cuando en el colegio me obligaban a mirar a la pared. Funciona así; una hora, dos, tres, las que sean, en pelotas, fumando y feliz. Tras eso el engorro de vestirse y después echarse a la calle, como una gata sin dueño ni patria. Puede parecer que no estoy contenta con esto, puede sonar descarado y estúpido, pero es mi vida. Desconozco los caminos que tracé para llegar hasta aquí, lo hago todo sin pensar, porque no me tomo en serio en absoluto y tengo épocas en las que camino en círculos, pero estoy a gusto con el lugar al que he llegado.

Los que me rodean tienen necesidades bastante curiosas. Por ejemplo, mi colega Henry siempre quiere chocolate. Del de comer. Es raro no encontrar batidos o chocolatinas en su macuto. Está un poco loco, sus padres son serbios y siempre lleva pantalones campana. Siempre es siempre, en agosto a 38º él va con sus campana y cuidado no le digas nada que se ofende. Nunca lo había pensando pero la verdad es que es un chico muy guapo. Muy guapo y terriblemente raro.
Después vendría Jean, borracho como él solo, loca y terriblemente interesante. Si no fuese gay me casaría con él. Además pinta y siempre tiene los vaqueros manchados. Me gusta así. Él en cambio necesita que le acaricien y digan cosas bonitas antes de dormir, me lo contó hace unos días. Tiene a Rober, sabe cómo arreglárselas.
Por mi parte, me basta con tabaco y algo que leer. Y sobre todo, algo que escribir. En ocasiones no sé quién escribe a quién, quién define a quién. No sé si escribir va antes o después que yo, lo que sé es que esta cosa que hago, escribir, me vale para atarme al mundo, para darle una razón a mi existencia de humedad y puertas cerradas. Muy a menudo la realidad me vence, me encuentro por debajo del tráfico y los gestos. Cierro los ojos y todo estalla o se cierra por dentro. Es incluso peor que esas noches en las que creo que me falta sangre.

Y cuando escribo me sobra espacio, me faltan manos. Pero pocas veces sé qué decir. Siento la necesidad imperiosa de teclear (porque esa es otra, no sé escribir a mano) y me hago muy pequeña, olvido si mañana amanecerá sobre los zapatos de Gaël o habrá lentejas en el frigorífico.

Gaël no escribe, dice que mejor se lo deja a otros. Pero lee mucho y todos los días, el periódico o algún libro antiguo y en francés de los que le regalo. A él también le bastaría con tabaco y algo que poder (h)ojear cuando se canse de mirar en derredor.

Después de aparecer la otra tarde se marchó, no sin antes darme un beso y revolverme el pelo. A su lado me siento un perro salvaje al que coges cariño después de verlo varias veces.

Acerca de Alía Mateu

I'm the stranger.
Esta entrada fue publicada en Prosa y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

4 respuestas a Gaël, las necesidades.

  1. dijo:

    Brauche ich zu sagen, dass ich in Fragen der decadence erfahren bin?

  2. J. dijo:

    La identificación zoomorfa post-polvo es PLENA.

    Yo qué sé, la enferma euforia del desengaño que hace bailar, O ALGO ASÍ. Sí, te entiendo mucho.

  3. Sergi dijo:

    Hola María, acabo de descubrir tu blog en La Vanguardia, seguramente hoy tendrás muchas nuevas entradas como yo…
    Tan solo he leído algunos de tus post, de momento. No acostumbro a dejar comentarios, hoy me has provocado y has conseguido que escriba estas lineas.
    Me has atrapado, te pondré en MisFavoritos.

Replica a J. Cancelar la respuesta